Hacer la fila

HACER LA FILA






 Entré a una agencia de banco, a las dos de la tarde, un día de tantos en el año, y tal como lo venía anticipando había cola. Diez personas formadas delante de mi para ser atendidos por 3 cajeros somnolientos y distraídos. De las 15 ventanillas sólo 3 habilitadas. Revisé mis papeles, no quería hacer cola por gusto, y me coloqué detrás de la persona al final de la fila. Era una señora con el pelo recogido y cara de dolor abdominal. En este momento cada quien reacciona de diferente manera. Algunas personas como la señora frente a mi, se limitan a poner una expresión penitente y guardar silencio. Otros al estar impedidos de usar su teléfono no pueden resistir la urgencia de comunicarle a alguien su estado de ánimo e intentan platicar con cualquier persona cercana. Si tu eres como yo, habrías visto tu reloj y estarías contando los minutos que se tarda la primera persona en retirarse de la ventanilla, luego la segunda y así a modo de calcular aproximadamente cuanto tiempo se tarda una persona en ser atendida. En promedio son 8 minutos. Si fuera una sola ventanilla, la espera sería de 72 minutos, y eso es intolerable. Me retiraría a realizar otras actividades menos útiles pero mas entretenidas. Pero como eran 3 ventanillas son 24 minutos de espera, y luego 5 o 6 minutos para realizar mi trámite... son 30 minutos en el banco, pensé que podría soportarlo.


No sé en que momento de la vida se pierde la habilidad de escaparse a la fantasía. De convertir el tedio de un loby de banco en un parque de juegos. Cómo me gustaría poder decirle a la señora mal encarada que me cuidara mi lugar detrás suyo, sacar de mi bolsillo un carrito de juguete y correr por la habitación rodando el pequeño auto por la pared que se convierte en la pista de nascar. O que alguien me prestara una caja de crayones y una hoja de papel, para sentarme en el suelo a dibujar una batalla de zombies. Media hora no era nada cuando yo estaba pequeño. con menos que una caja de cartón podía pasar horas enteras jugando a ser cualquier cosa menos un niño de 7 años.


Como se va perdiendo la paciencia, como me va dominando la intolerancia. 15 minutos parado en la cola me doy cuenta que mis predicciones son, como siempre, equivocadas. Un tipo con bolsa de mensajero hace 10 tramites mientras descarga una platica insulsa a la joven cajera que se parte de risa de sus ocurrencias, y a mi me hierve la sangre. La fila a caminado más rápido de lo previsto, pero yo no puedo dejar de pensar que si el tipo este se limitara a las 5 operaciones máximo que tienen permitido por ventanilla y que si la cajera reprimiera su impulso de complacer a un hombre que le muestra interés, la fila caminaría más rápido. Pienso y re pienso en las palabras correctas, justas y asertivas para dirigirme a él o a ella y mostrarles la indignación que siento, la injusticia que cometen. pero diga lo que diga, se que no obtendré un "tiene razón" como respuesta. Sé, desde los más profundo de mi conciencia que si yo estuviera en sus zapatos probablemente haría lo mismo, y que si yo fuera ellos y me topara con un cliente como yo, probablemente pensaría que es un ser intolerante, prepotente y mal encarado y le diría que espere su turno, o que venga a otra hora. Así que veo mi reloj y pienso de nuevo en mi niñez, ¿que haría mi yo de siete años en este momento? llorar... protestar... probablemente nada, porque a los siete años si me decían que permaneciera callado, yo permanecía callado, si me decían que me quedara quieto, una fuerza invisible atrapaba mis pies, y el recuerdo del cinturón de mi padre y su promesa de marcar mis posaderas con su hebilla vencían cualquier voluntad que tuviera de luchar contra aquella fuerza.

Lo que se va perdiendo es la coherencia. si ves a un niño sucio pero sonriente sabes que ha estado jugando, si lo ves llorando sabes que se a lastimado, si lo ves correr gritando, puede ser por cualquiera de las dos, porque un niño es un niño, no necesita ser otra cosa, es eso y es todo lo que quiera ser, con pantalones cortos, las manos sucias y las rodillas raspadas no necesitan explicar nada, hacen lo que se les ocurra y tiene sentido. Pero cuando te crece la barba, te pones los pantalones largos y abres tu cuenta en el banco se acaba la diversión, y necesitas empezar a dar explicaciones. Todo en tu vida tiene que tener una razón, una causa y un objetivo. Como te vistas debe ser acorde a donde te encuentras, y lo que digas acorde a la situación. Ser coherente ya no es inherente a tu persona, debes hacer el esfuerzo por ser lo que aparentas.

Cumplidos los 30 minutos estoy frente a la ventanilla. Un joven con adolescencia retrasada me da las buenas tardes y la señorita de a lado se ríe de algo que le dice el mensajero. cierro los puños y aprieto los dientes para dar las buenas tardes al cajero. un espejo en la pared del fondo me muestra la mirada de un hombre adulto, vestido con un traje formal y un mal corte de pelo, está sonriendo, y no muestra señales de la ira que yo siento por dentro.  terminado mi trámite, el joven me pregunta si me puede ayudar en algo más, le respondo que no con autentica alegría y siento el impulso de voltearme y levantar mi comprobante en señal de victoria y ponerme a bailar mientras todos los de la fila aplauden por mi hazaña. Me limito a caminar hacia la salida mientras observo los rostros de los que quedan en la fila. Estoy seguro que todos están molestos e incómodos, todos muestran impaciencia pero ninguno ira o frustración. Cuando llego a la puerta un niño entra corriendo, tendrá unos cinco años y su madre con el pelo enredado y ojeras bajo los parpados le indica inútilmente que se esté quieto. pobre señora, no sabe que si no indica la consecuencia de faltar a la instrucción, sus palabras se las lleva el viento.

Afuera del banco logro recordar por qué quería tanto ser adulto, por qué vale la pena ponerse el traje elegante y hacer las colas y el tráfico. Lo primero que hago es tomar el teléfono y mandar un mensaje al grupo de amigos, "cervezas hoy, bar de siempre, yo pongo la primera ronda". 

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