Cachorros y Suculentas


CACHORROS Y SUCULENTAS



La semana pasada había transcurrido lenta, lenta, lenta. Como cuando te quedas viendo como cae la miel en una botella, sumamente lenta. Cada día se calcaba del anterior y no ofrecía ningún estimulante. El tránsito era lento, los clientes hacían largas filas y yo los atendía con parsimonia. Llegando el viernes todos querían recuperar el tiempo, y estuvieron de acuerdo en que la mejor manera de hacerlo era realizar exactamente lo mismo pero enojados. Si mi nivel de estrés se midiera como un termómetro, podría jurar que salí de la oficina ese día con el mercurio en los números rojos.

En la entrada del bar de siempre encontré una pequeña fila de personas. Algo sumamente extraño, y al no poder ingresar inmediatamente, como es natural, enfurecí.  Después de quedar como tonto, alegando a las personas por existir en el mismo plano que yo, me calmé. La atmósfera del bar invitaba a relajarse, las luces tenues, la música de alguna balada de rock que no conocía, el murmullo de las voces, el olor característico del aire acondicionado. Yo sé que no es exactamente una playa al atardecer, pero por algún motivo ese ambiente me relaja.

Por fin llegó mi cerveza. La bebí rápido y su sabor amargo a juego con mis pensamientos, aclararon las ideas. Que absurdo me sentí. Pensando que el mundo gira alrededor de mi, y que las cosas van al compás que yo toco. Quiero que me atiendan de primero, que no se pierda nunca la señal de mi móvil, que la comida sea instantánea, y que no haya platos que lavar. Lo quiero todo inmediato, desechable, exclusivo y barato.

Regresé de mis pensamientos y me uní a la conversación de mis amigos. De todos yo soy el único sin hijos, así que siempre es común que terminemos hablando temas de paternidad, y también es común que todos ignoren mis comentarios. Pero esta vez, me miraron extrañados cuando les compartí mis reflexiones. Según entendí la charla, parecía como si ya no quisieran criar a sus hijos, más bien querían hacerles un upgrade. No querían saber cuál era el problema de la criatura, solo encontrar donde está el botón para configurarlos. Todos recitaban consejos de revistas para padres y doctores de televisión. Yo les recordé que cuando éramos niños, las abuelas y las tías eran las que tenían los mejores consejos. Ellas encontraban los mejores remedios hirviendo cosas con olores extraños, haciéndonos beber extractos de verduras que no se supone que se beban, como papa o remolacha. Pero eso ya no es funcional en nuestros días, primero porque la mayoría ya no diferenciamos la papa de la yuca, y segundo por su baja efectividad y demasiado tiempo de preparación. Queremos una APP, un dispositivo electrónico, una pastilla, cualquier cosa que nos quite el trabajo y nos regrese el tan anhelado “tiempo libre”.

El día siguiente era sábado, y con mi esposa decidimos desayunar en el patio. La casa es en realidad bastante
pequeña, pero hemos tratado de hacerla lo más acogedora que podemos. Sembramos algunas macetas, pusimos unos bonitos muebles de jardín, y decoramos con lucecitas y gnomos. Nos sentamos en la mesa y descubrí una nueva maceta de suculentas. “¿otra más?” le pregunté, y ella me hizo notar que esas eran las únicas que quedaban verdes. Los rosales, los cartuchos, las quinceañeras y el pequeño árbol de limón, todos estaban enfermos, secos o muertos. Estas resistentes plantitas de gruesas hojas y corta raíz son ideales para la vida moderna. Se adaptan a luz o la sombra, no necesitan agua a diario y casi no se les pegan las plagas de hongos o bichos. Pues claro que vale la pena tener tantas como se pueda. Empezamos a discutir al respecto. Yo le presenté mis recientes descubrimientos sobre la falta de compromiso con las cosas y cómo deberíamos esforzarnos más por conseguir cosas más duraderas. Y ella aunque estuvo de acuerdo también me recordó que después del desayuno teníamos compromisos todo el día, y que si quería atender el jardín como quería, tendría que haberme levantado por lo menos a las 6 a.m. para poder dedicarle un par de horas antes de empezar con las obligaciones familiares. Me levanté y me fui al sillón a ver televisión media hora. El día estaba un poco nublado y teníamos que estar donde mi hermana para preparar el almuerzo. Así que decidí “aprovechar” para descansar mientras podía.

Almorzando con mi familia, de nuevo una fría cerveza abrigó nuestra conversación. Mi prima presumía de sus cachorros, y de cómo eran obedientes y cariñosos. Mostraba su álbum de fotos como si fueran sus propios hijos, y pensé los cachorros son a los niños, lo que las suculentas a los rosales.



Comentarios

  1. Como es usual, nos muestras nuevamente, en este corto relato, un análisis real de la cotidianidad.

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