PROMESAS


Soy nada sin ti (promesas).




Este viento en octubre trae la tristeza de noviembre un poco adelantada. Árboles se lamentan cabizbajos silbando su helada canción. Sentado en la banca de un parque pienso en ti. “Ojalá seas tan feliz como te ves en Facebook”. Le mando un mensaje de texto y mi corazón siente un poco de alivio. Escribirle siempre trae un poco de alivio. Enciendo un cigarro un poco curvo que llevo sobre la oreja y debajo del sombrero. El sol del medio día que me recibió, ahora se despide detrás de los edificios y la tristeza del viento se hace más helada.
De pronto una soledad seca invade mi alma, siento que he pasado en esta banca la mitad de mi vida. La mitad que no he estado a su lado, y que me faltaba el resto de mi vida para acostumbrarme a estar sin ella. Una lágrima asoma por la esquina de mi ojo, como un ratoncito temeroso queriendo entrar en la cocina, pero en la misma intensión se regresa seguro a su guarida. "No vale la pena llorar por esto" pienso mientras dejo que el humo llene mis pulmones.


La paciencia no es una de mis virtudes. ¿Cuánto tiempo más he estar en esta banca? ¿Cuánto tiempo más de este viento? ¿Cuánto queda de esta soledad? La urgencia de llamarla se ha ido inflando en mi bolsillo y ahora pesa lo que han de pesar 5 horas de ansiedad y frustración. Ver el reloj es casi un reflejo, como respirar, como rascar mi barba, como decir su nombre, una y otra vez, a ver si con eso se aparece. Mi pie empieza a rebotar en el suelo incontrolable. Debí haber traído un libro para leer o una libreta para escribir. ¿Qué hago todavía sentado en esta banca? Supongo que todavía guardo una esperanza de encontrarme con ella, de que recuerde que ésta banca era nuestra banca, y de que el frío adelantado de fin de año le cale en los huesos y cuando busque refugio en los brazos del que esté con ella se recuerde de mí. Y camine sin rumbo por las calles hasta que sus pies por costumbre se dirijan a mí y me encuentre sentado en esta banca que es nuestra banca.


El sol al fin terminó de despedirse y la luz de un farol no alcanza para ver el final de mi soledad. Las aves cantan desde la copa de los árboles que ahora parece que silban enojados. La gente que pasaba caminando absorta en sus pensamientos ha dejado de aparecer y yo sigo pensando en ella. De vez en cuando un perro se acerca olisqueando el suelo para luego alejarse sin dedicarme el más mínimo  interés. Un cielo gris y sin estrellas es el tejado de mi mausoleo. De nuevo el ratoncito asoma su curiosa cabeza, y esta vez con la cocina en penumbra sale con toda confianza a hurgar por donde quiera. Aprieto los párpados y empuño mis manos, arrugo la cara pero ya no puedo evitarlo y me pongo a llorar.


El rostro de mi madre emerge detrás del oscuro velo de mi dolor. Su cálida sonrisa aumenta el flujo del ya profuso llanto. Supongo que es imposible llorar sin pensar en mi madre, porque lo prometí cuando tenía 5 años. "Si alguien te hace llorar vendrás a mi primero" me dijo con el corazón en los labios en la entrada de mi nuevo salón de clases. Asentí como respuesta pero luego sin medir las consecuencias me hizo prometerlo. Y dije "lo prometo". Si el cielo tuviera teléfono la llamaría como la llamé con el corazón roto cada vez que una persona lo rompió. Pero ahora no puedo hacer más que ver su rostro en la oscuridad de mis ojos cerrados y pronunciar su nombre con vos quebrada mientras me suenan sus palabras de alivio en el silbido del viento "todo va a estar bien". Cuando cesa mi llanto comienza la lluvia. Lagrimas celestes
que enfrían mi rostro y calientan mi alma. Las gotas explotan contra el cemento y elevan el aroma de la quietud, y yo vuelvo a pensar en ella. El agua acaricia mi rostro y pega mi ropa contra mi cuerpo como el abraso de la mujer que desde siempre cuida de mí. "no llores madre" elevo mi plegaria hacia la lluvia fría, "ya me siento mejor".
De nuevo rasco mi barba, miro el teléfono, digo su nombre y miro el reloj pero esté no me devuelve la mirada. Froto con las manos empuñadas mis ojos pero solo logro frotar el derecho. Miro de nuevo y mi mano izquierda no está. Mejor dicho no puedo verla. Existe pero no está, como el vidrio o el celofán. Sonrío por primera vez en la semana, por fin la espera comienza su fin. Un mes le había prometido a ella que no duraría existiendo sin su amor.  Perdí su amor hace 30 días no se a qué hora, y parece que no lo sabré. Las 8:32 marcó el teléfono mientras se disolvía como humo en el aire. No sabía que podía prometer sin decir "te lo prometo". Como cuando mi hermana me hizo prometer que no hablaría con nadie hasta que ella me lo dijera. Ella sabía que yo antes había prometido decir la verdad a mis padres y que no podía guardarles un secreto. Pase dos días completamente mudo por haber dicho "lo prometo", hasta que ella regresó a casa y me permitió hablar. Ahora tuve cuidado de no pronunciar las palabras, pero a veces el corazón promete lo que con la boca no nos atrevemos a pronunciar. 
Veo las últimas gotas que se quedaron rezagadas pasar a través de mis piernas traslúcidas. El frío de la ropa mojada se va convirtiendo en un dolor sordo como de los músculos dormidos. No puedo moverme, no puedo respirar, pero no quiero. Ya no me hace falta el aire, yo ahora soy el aire. Empiezo a moverme hacia un lado y luego hacia arriba, ya no puedo enfocar la mirada, ya no me puedo concentrar. Me elevo con el viento de noviembre que sopló una noche de octubre, y antes de dejar de existir, de ser la nada que le prometí que sería sin ella, digo su nombre.



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