DESCONECTADO


Eran las 6 de la mañana cuando desperté. Estaba parado en la cocina frente a la cafetera viendo caer el café. No tengo idea de cómo llegué allí. Estaba bañado, vestido, peinado y perfumado, pero no podía recordar haberme ni siquiera levantado de la cama.


Después, el día transcurrió como transcurren todos. Llegué al trabajo sin complicaciones. Sentarme delante de la computadora es ponerle pausa al tiempo. Los minutos se alargan mientras los cuento para salir a tomar una taza de café. Que te pongan horario para tomar café es la esclavitud de los tiempos modernos. Cómo me gustaría que no fuera el botón de pausa sino el de adelantar lo que presionara en el control del tiempo, y que  todo el rato que estoy a allí sentado, contestando el teléfono, respondiendo correos, etc., pasase sin darme cuenta, sin tener siempre las mismas conversaciones vacías e insípidas como el café de la oficina. Hora tras hora, el día de decanta en minúsculas tareas sin trascendencia.

Pero andar en el tránsito es lo peor del día. La tarea mecánica de accionar los pedales y girar el volante no me trae ningún placer ni disgusto. No siento mis manos ni mis pies mientras manejo, todo ocurre fuera de mi. Mi mente escapa llevada por la música a lugares fuera de este tiempo, al pasado y sus historias, al futuro y sus aventuras, todos los lugares, cualquiera menos este. Llegar a casa no es ninguna recompensa, me siento entumecido en el alma. Sin ninguna excusa para cambiar mi rutina. Beber cerveza y ver televisión hasta que el navío del sueño me lleve por las oscuras aguas de la noche hasta el puerto del alba, donde todo ocurrirá otra vez. exactamente igual que ayer.

Pero el barco nunca tocó puerto; de alguna forma se salió del muelle y me dejó lejos tierra adentro. Abrí los ojos a mediodía, sentado frente a mi computadora a la mitad de una conversación telefónica. Me tomó un tiempo ubicarme. Sentía la realidad iluminar poco a poco la penumbra del ensueño en el que estaba. Mis labios pronunciaban palabras, pero estas no sonaban primero en mi mente. Primero las escuchaba y luego las entendía. Sabía de qué se trataba la conversación, no era necesario pensarlo mucho, aunque no sabía con quién estaba hablando, ya sabía cuál era la conversación. Una de tantas que se repiten todos los días. Sólo había que presionar «play» y dejar que la grabación hiciera el trabajo. Al finalizar la llamada, estaba asustado. Es normal no recordar que comí en el desayuno, o qué ropa usé ayer. Pero ir a la cama a media noche y despertar a medio día en la oficina era alarmante cuando menos. Me levanté y fui al baño; me mojé la cara y me vi en el espejo. Allí noté algo extraño; había un marco en mi mirada, no como si mi visión se hubiera cerrado; más bien se había ampliado. Sentía que me había metido dentro de mi cabeza y podía ver el marco de la ventana por donde veo el mundo. Movía los ojos y todo se movía dentro del marco, como viendo el mundo desde dentro de una pantalla de televisión. No era negro, pero sí oscuro, como de un gris plateado, y se veían los reflejos de los colores de lo que ocurría adentro.

Me sentía normal; asustado, pero normal. No me dolía nada, no estaba cansado ni débil.  Por un instante, sonreí por tener miedo. Hacía un buen tiempo que no sentía nada tan intenso. Ni siquiera el éxtasis de hacer el amor había llegado a tan hondas instancias de mi ser como lo hacía este miedo. Salí del baño respirando agitado y caminé hasta la puerta del elevador tratando de aparentar la mayor normalidad posible. Nadie me preguntó nada, sólo un pasante  me dedicó un cordial asentir de cabeza desde el enfriador de agua, el cual devolví sin pensar. En aquel momento me dí cuenta de que no sabía si estaba sonriendo o no. Sabía que deseaba sonreír, pero no sentía mi rostro haciendo la mueca. Se abrió la puerta y al fondo del elevador había un espejo. Tenía una expresión extraña, una sonrisa exagerada y los ojos abiertos asustados. Me puse serio, o pensé en hacerlo, y mi cara se tardó un segundo o menos en obedecer. Iba jugando con mi rostro, haciendo caras y esperando a que el espejo las copiara, mientras descendía en el elevador. Empecé a pensar en enfermedades psicológicas. Tal vez padecía una especie de alucinación. Tal vez estaba experimentando un ataque de pánico o un efecto secundario del sedentarismo. Tal vez, las dos cosas o tal vez ninguna;mi cabeza saltaba de talvez en talvez.

Me acerqué mucho al espejo hasta que mi nariz estuvo a punto de tocarlo. Coloqué mis manos fuera de mi visión periférica. Lentamente las acerqué con las palmas extendidas hacia afuera hasta que logré verlas. Allí estaba el marco. Un objeto que podía ver pero que no existía. Me esforcé por verlo, pero no con los ojos. Me concentré en él con la mirada fija en mis pupilas... y creció; ahora era algo sólido, una pared plateada opaca que enmarcaba mi visión. Ya no me sentía como yo, me sentía dentro de mí. De nuevo sonreí, pero esta vez sabía en mi interior que no movería la boca. No puedo explicar cómo había un yo interno, si yo ya estaba dentro de mi cabeza. Me estaba partiendo, desconectándome. Imaginé un panel de control y un teclado, para iniciar los procesos automáticos. Imaginé todos los pasos que sabía que tenía que realizar para llegar a casa, y pulsé «play».

Percibía el mundo a través de esta ventana plateada. No sentía el aire entrar en mis pulmones, ni la brisa en mi rostro. Llegué a mi automóvil y conduje a mi casa sin sentir nada. Veía mis manos sobre el volante y los autos a mi alrededor. Si quería mover una mano, no pensaba en mover la mano, pensaba en el teclado de mando, en el panel de control, presionaba el comando para «mover la mano» y luego «play», y entonces movía la mano.

Llegué a mi casa a media tarde, cuatro horas antes de lo acostumbrado. Estaba tan metido en mi cabeza que descubrir la infidelidad de mi esposa con mi vecino no me causó ninguna emoción. Lo vi todo desde mi pantalla, que ahora era como una habitación. Podía moverme dentro, podía imaginar un sillón y estar sentado cómodamente. Así vi cómo mi boca lanzaba gritos mientras mis puños golpeaban al vecino, sentado tranquilamente en un sillón reclinable dentro de la habitación de mi mente. La imagen se ponía borrosa con las lágrimas mientras mi esposa suplicaba que lo soltara y yo me reía dentro de mi al ver su expresión tan estúpida. Cuando la cosa se salió de control y vi como mi cuerpo se abalanzó sobre ella para golpearla, presioné un gran botón rojo que decía «STOP» en el centro del panel de control.

La imágen siguió corriendo, pero mi cuerpo quedó inmóvil. Al verme paralizado con el puño en alto, mi esposa se apresuró a vestirse. Por un momento, me detuve a pensar qué debía hacer. Ella se acercó a su amante con sus pupilas –atadas a las mías por un cable de acero invisible– nadando en lágrimas. Luego bajé la mano y le dije a mi esposa: «Aún te amo, y nunca podría hacerte daño. Sólo espero que tú lo ames a él, para que sus heridas te duelan también.»

No tenía ganas de seguir viendo esa escena, así que di vuelta a mi silla dentro de mi cabeza y dejé que el programa de mi ser se siguiera transmitiendo en automático por la televisión de mi vida. «Volveremos después del corte;» ya no quería ver más.

La vida fue muy diferente desde entonces; una experiencia única. Una rutina sin tareas tediosas. Puedo dormir todo lo que quiera mientras mi cuerpo se levanta por sí solo para arreglarme. Puedo ver películas en el trabajo mientras mi cuerpo se desgasta en esa silla donde se detiene el tiempo. Ahora tengo mucho hobbies. Sobre todo porque ya no tengo que preocuparme de mantener una casa. Ella se quedó con todo, ¿para qué quería cosas?, si mi cuerpo se quedaba sin comer o sin dormir, yo no sentía nada. A veces pasaba toda la noche sentado en el colchón maloliente del cuarto que alquilo en una pensión, y amanecía como si nada. Yo me siento limpio y fresco, con la barriga llena y el corazón en paz.  Ahora voy al gimnasio, a clases de baile, salgo a caminar y estudio fotografía. Realmente soy incansable.

De vez en cuando paso frente al espejo y no me reconozco. Con la piel pegada a lo huesos y blanca como una hoja de papel, pero estoy mejor así, sin ella; ya no parezco yo, y está bién porque ya no soy yo, yo me quedé aquí adentro. Yo estoy bien aquí conmigo mientras él está allá, sin ella.


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